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Crea una red social de mensajes en botellas arrojadas al mar... y funciona


Debajo de su cama, almacenadas en cajas de zapatos o escondidas en los cajones de su apartamento de Tignish, en Isla del Príncipe Eduardo (Canadá), Harold Hackett guarda miles de recuerdos de todo el mundo. Son la respuesta a los miles mensajes que ha enviado en botellas, incesantemente, durante casi veinte años. 

Allí están los zuecos de madera en miniatura que le mandó una pareja holandesa, que más tarde cruzaría el océano sólo para encontrarse con él. También bolsas de dulces caseros de Terranova (al noreste de Norteamérica), vidrio de las Bahamas y unas 14.000 fotografías de niños, barcos, animales y casas de numerosos países. Y una ingente cantidad de cartas.

Hackett, al que muchos conocen como Message in a Bottle Man, ha enviado del orden de 5.000 mensajes a la deriva en el Atlántico, uno a uno, sólo por comprobar hasta dónde pueden llegar. Este pescador soltero de 59 años no tiene ordenador, y una discapacidad en la columna dificulta sus desplazamientos fuera de la isla. Pero eso no ha sido impedimento para que conozca el mundo a través de las cartas que le llegan desde África, Irlanda, América del Sur, Rusia o Alemania, entre otros muchos países.

"He recibido unas 3.300 hasta ahora", dice con orgullo. 

En el verano de 1995, Hackett estaba en un barco pescando atún cuando garabateó en un trozo de papel, a modo de capricho, estas palabras: "Quien encuentre esto, ¿podría por favor escribir a la siguiente dirección?". Lo metió en una botella vacía de Pepsi y lo arrojó al mar.

La respuesta llegó el invierno siguiente. Las palabras Hackett habían viajado a través del Golfo de San Lorenzo, aterrizando en Magdalen Islands, en Quebec: "He recibido tu nota y me ha hecho feliz encontrarla", escribió una mujer, señalando que era el primer mensaje en una botella que veía en su vida.

"Me sentí bien", dijo Hackett, recordando el día en que vio aquella carta su buzón de correo. Así que en mayo de 1996 decidió iniciar su hobby.

Para mantener el ritmo, envía cartas modelo fotocopiadas en colores fluorescentes, dejando un espacio en blanco para imprimir la fecha de salida, y otro para que el receptor haga lo propio con la de llegada. Y las lanza al mar durante la mañana, tarde o noche, a lo largo de todas las estaciones, siempre que el viento sople del oeste.

Como recipientes, utiliza exclusivamente los de plástico, compradas a granel en un depósito de reciclaje. Además, sus vecinos frecuentemente dejan bolsas llenas de botellas vacías en su puerta.

A veces las respuestas llegan rápido, en un par de meses. Otras, la brecha entre enviados y recibidos puede ser de hasta diez años.

Hackett vuelve a escribir a cada persona que responde, lo que propicia que haga amistades en la vida real, incluso que vayan a visitarlo.

Cualquiera que sean sus razones, está claro que las botellas de este hombre llevan alegría allá donde llegan.

"Hoy mi hijo de cinco años encontró su carta en una botella", dice una nota que Hackett recibió recientemente de la Islas de la Magdalena, en respuesta a una botella que envió 13 años atrás. "Gracias por hacer esto porque mi pequeño estuvo feliz durante el resto del día."

Fuente: http://www.thestar.com

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