
Para quien piense que podría haber utilizado un material más común para sus obras de arte, hay que decir que el mensaje no hubiera sido tan poderoso como con el uso de su propia sangre. De acuerdo con la revista Scientific American "por la elaboración de estas cabezas de su propia sangre, Quinn nos reconecta con el hecho de que, en la plenitud de los tiempos, el intento de cualquier artista por alcanzar la inmortalidad a través de autorretratos prevalecerá. Y, por supuesto, la serie, presumiblemente, terminará en el curso de la vida del artista, por lo que la obra de arte tiene también una dimensión de la muerte".
Para cada uno de sus retratos congelados, Quinn ha utilizado entre cuatro y cinco litros de su propia sangre, extraída en un período de cinco meses, e introducida en un molde de su cara. Estos moldes se mantienen en unidades de refrigeración a una temperatura constante de -15 grados centígrados.
La última de sus autoesculturas se encuentra en Inglaterra, en la National Portrait Gallery, que la ha colgado junto a otros famosos retratos, mientras que el resto de sus obras han sido adquiridas por galerías extranjeras o coleccionistas privados.